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El enigma maya (fragmento)

Obra: El enigma maya

Autor: Jordi Serra I Fabra

Tipo de texto: Narrativo


Al despertar, lo primero que notó fue el crujir de su estómago.

Se quedó en cama unos minutos, la misma cama en la que había dormido su padre hasta su misteriosa desaparición, despejando la mente, aclarando ideas, ordenando los acontecimientos y tratando de verse a sí misma a lo largo del día. Cuando la azotó un segundo crujido estomacal se incorporó, se metió en la ducha y se vistió de la forma más cómoda posible para desayunar algo.

Su presencia en el comedor del hotel no pasó inadvertida. Para los clientes, turistas ávidos de cultura e historia por el lugar en que se encontraban, era una más. Para el personal del Xibalba no. La atendieron rápidamente y con mimo, expectantes, incluso con una atención por encima de la habitual, superando la eterna y exquisita cortesía clásica en la mayoría de países latinoamericanos. Le preguntaron cómo había dormido, cómo se encontraba y le reiteraron que cuanto quisiera, sólo tenía que pedirlo.

Luego la dejaron tranquila.

Desayunó.

Y por supuesto no fue casual que justo al sorber la última gota de su café, apareciera él.

Era un hombre de algo más que mediana edad, cincuenta y muchos años, no muy alto, relativamente orondo, hebras de plata en la cabeza y bastón con empuñadura de verdadera plata en la mano, aunque no daba la impresión de tener ninguna dificultad para caminar. La sotabarba si era generosa, y las bolsas bajo los ojos, perspicaces, vivos. Vestía con corrección, incluso con exceso de elegancia dada la temperatura, porque llevaba una chaqueta de lino por encima de su camisa abotonada hasta el cuello.

La iluminó con una sonrisa antes de comenzar a hablar.

?Señorita Mir.

Joa dejó la taza y lo contempló sin ambages. Con una desaparición de por medio, el misterio y el registro de su casa de Barcelona o las cosas de su padre allí, simplemente estaba en guardia. Cualquier noticia podía ser buena, o mala.

Lo único que hizo fue esperar.

?¿Puedo sentarme?

?¿Quién es usted?

?Permítame que me presente ?le tendió una mano flácida?. Me llamo Nicolás Mayoral. Quería hablarle de Julián Mir ?pronunció el nombre con respeto.

No parecía mexicano, hablaba un español correcto, sin acentos, neutro. Era la primera persona que quería hablarle de su padre.

Intentó no transmitir emoción alguna.

?¿Le conoce?

?¿Puedo? ?insistió el aparecido.

Joa asintió y esperó a que se acomodara. No se quitó la chaqueta, pero sí dejó el bastón apoyado en la mesa, cerca de su mano derecha. La empuñadura tenía forma de cabeza de león, melena incluida. Un simple detalle. El personal del hotel volvía a mirarla, pero sus rostros tampoco le dijeron mucho.

?¿Cómo sabía que estaba aquí?

?Palenque es un pueblecito muy pequeño.

?¿Le avisó alguien del hotel?

Nicolás Mayoral exhibió una sonrisa de complicidad.

?¿Qué importa eso, señorita? Lo único que sí cuenta es que está aquí, buscándole.

?¿Sabe dónde está?

?No ?le mostró las palmas de las manos abiertas?. Lo siento.

?Entonces...

?Necesito su ayuda, y usted la mía.

?¿Por qué?

?Porque usted no sabe lo que está ocurriendo y yo sí ?fue sincero a la par que contundente.

?¿Y qué está ocurriendo, señor Mayoral?

?¿Puedo hacerle unas pocas preguntas primero? Después responderé a todas las suyas.

Lo evaluó.

?Adelante ?dijo sin que trasluciera su nerviosismo, controlando cada gesto y la entonación de cada palabra.

?¿Trabaja usted mucho con su padre?

?Tengo mis estudios. Cuando puedo le acompaño, en verano, Navidad...

?Así que últimamente...

?El curso académico en España arranca en septiembre. Desde entonces apenas si le había visto.

?¿Sabe qué estaba haciendo en México?

?No.

El hombre arqueó una ceja. Más que duda reveló sorpresa.

?Mi padre siempre estaba excavando o investigando en algún lugar. Es un enamorado de su profesión, una persona que vive en el presente buscando las respuestas del pasado.

?Y no le dijo que buscaba ahora ?no fue una pregunta, sino una aseveración.

?Palenque es un tesoro con mucho por desenterrar y descubrir. No era la primera vez que estaba aquí. Me hablaron en la Embajada de unas nuevas tumbas recién abiertas, la veinticinco, la veintiséis y la veintisiete.

?Entiendo ?suspiró el hombre acariciando con una mano la cabeza de su bastón, igual que si le rascara la melena al león.

Joa se movió con inquietud.

?¿Qué es lo que entiende?

?¿Qué sabe de su madre, señorita?

Era lo último que esperaba, que el recién llegado le hablara de su madre.

?¿Perdone? ?no le ocultó su incredulidad.

?Responda, por favor.

?¿Qué tiene que ver mi madre con todo esto?

?Se lo diré. Pero primero le toca usted. Es lo que hemos convenido.

?Mi madre desapareció hace años, el 15 de septiembre de 1999, siendo yo una niña. Han pasado trece años.

?¿Y?

?Nada más, eso es todo ?intentó no encolerizarse, aunque no sabía por qué se sentía furiosa.

?¿Conoce su origen?

?¿Qué tiene que ver...?

?Respóndame, se lo ruego.

?Fue encontrada en la tierra de los huicholes. La adoptó mi abuela y vivió allí hasta la llegada de mi padre. Se enamoraron, se casaron y vivió en Barcelona hasta su desaparición.

?¿Eso es todo?

?¡Sí!

?¿Y no le extraña que ahora sea su padre el que haya desaparecido?

Tuvo la sensación de que el hombre era un gato y ella un ratón. Como si jugara antes de decidir zampársela. Nada de lo que acababa de decirle le era desconocido, estaba segura.

?¿Por qué no me cuenta su historia, señor Mayoral? ?se cruzó de brazos y apoyó la espalda en el respaldo de su silla.

?Es justo ?asintió él?. Adelante. ¿Qué quiere saber?

No sabía ni por donde empezar. Volvía el recuerdo de su madre en medio de la desaparición de su padre, y se mantenía la incertidumbre, la tensión, la duda acerca de quién era su visitante...

Así que, ante todo, buscó la forma de serenarse.

No permitir que él llevara la iniciativa.

A fin de cuentas, si aquel hombre estaba allí era por algo.

?¿Quién es usted? ?fue su primera pregunta.