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Miguel Ángel Buonarroti

Autor: (Anónimo)

Tipo de texto: Narrativo


El 6 de marzo de 1475 nació en Caprese, un pequeño pueblo cercano a Florencia, Miguel Ángel Buonarroti: el italiano que llegaría a ser uno de los más grandes artistas de todos los tiempos. De niño, Miguel Ángel, solía pasar horas dibujando o contemplando absorto el fabuloso trabajo que realizaban en el mármol los afamados canteros de la zona.

A los 13 años entró como aprendiz en el estudio de un célebre pintor florentino a pesar de la terrible oposición de su padre quien se negaba a aceptar que su hijo fuese “un vulgar artista” en vez de un próspero comerciante.

Un años después, Miguel Ángel abandonó el taller del pintor para dedicarse a la escultura, considerada por él la más excelsa de las artes. Esta decisión disgustó aún más a su padre: para él, los escultores eran simples picapedreros que pasaban los días martilleando bloques de mármol. Sin embargo, ya las primeras piezas escultóricas de Miguel Ángel causaron un gran impacto por su original estilo.

Con diecinueve años se trasladó a Bolonia y, seguidamente, a Roma. Cuando algún tiempo después regresó a Florencia, ya era un escultor famoso. Fue entonces cuando recibió el encargo de realizar una obra de grandes proporciones, el famoso “David”. “El gigante”, como lo denominaron los florentinos, se convertiría desde ese momento en el símbolo de la ciudad.

Desde sus comienzos, Miguel Ángel fue un artista muy especial. Mientras otros dedicaban su tiempo acudiendo a fiestas y reuniones sociales, él, siempre cubierto de polvo, trabajaba sin descanso con sus martillos y sus cinceles intentando dar vida a los bloques de mármol. Un día, en 1508, el papa Julio II lo mandó llamar a la ciudad de Roma y le pidió que se encargara de pintar los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina.

- Verá, Santidad –respondió Miguel Ángel intentando rechazar el ofrecimiento-, como sabéis, yo no soy buen pintor, yo soy escultor. Estoy seguro de que otros lo podrán hacer mejor que yo…

- ¿Te niegas a realizar el encargo de un papa? –le preguntó asombrado Julio II-. ¡Cualquier artista en su lugar se sentiría orgulloso!

- Santidad…

Pero el Papa no atendió a sus razones y le encomendó la obra que le daría fama universal. Durante los siguientes cuatro años, Miguel Ángel realizó, prácticamente solo, las más de trescientas figuras que componen la bóveda. Subido a un andamio que él mismo había construido, hubo de soportar terribles dolores de espalda debido a las posturas que tenía que adoptar mientras pintaba. Según dicen, era frecuente verlo trabajar sentado o tumbado boca arriba, mientras la pintura le goteaba en la cara y en el cabello. Así, día tras día, a veces sin descender del andamio ni para dormir. Y mientras él trabajaba sin descanso, el Papa se iba impacientando cada vez más.

- ¿Pero cuándo estará terminada? –lo apremiaba Julio II en sus visitas a la Capilla Sixtina.

- Estará…¡cuando esté! –contestaba malhumorado Miguel Ángel sin dejar de trabajar.

Por fin, un día de 1512, Miguel Ángel dio por terminada la bóveda de la capilla. La admiración que despertó en los que acudieron a contemplarla hizo que el artista recibiera el sobrenombre de “Maestro del Mundo”.

A partir de ese momento, su fama no hizo más que aumentar gracias a la realización de otras muchas grandes obras escultóricas, pictóricas e incluso arquitectónicas. Por eso, cuando Miguel Ángel murió, el 18 de febrero de 1564, sus familiares tuvieron que sacar su cuerpo a escondidas para poder enterrarlo en Florencia –tal y como él deseaba-, porque la ciudad de Roma no estaba dispuesta a ceder el honor de conservar los restos de uno de los artistas más geniales de todos los tiempos.