"Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. En pocos años Macondo fue la aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus tres cientos habitantes. Era de verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto."