Cyrano de Bergerac (fragmento)
Obra: Cyrano de Bergerac | Autor: Edmond Rostand | Tipo de texto: Poético | Etapa: Primaria | Lecturas: 1050
Compartido por: @sabad el 2011-05-13
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¡Callaos! Tengo una idea.
Desde aquí desafío a toda la platea.
Acércate tú, valiente. Uno a uno,
quiero veros frente a frente.
¿Quién será el primero en la lista...? ¿Vos, señor?
No. Al primer duelista lo despacharé con honor,
con coraje y sin miedo.
Los que quieran morir que levanten el dedo.
El pudor os prohíbe ver desnudo mi acero.
¿Ni un hombre? ¿Ni un dedo?
Muy bien; seré sincero.
Borraré de la escena a este absurdo jabalí
utilizando con urgencia mi bisturí.

¿Qué pasa? ¿No os gusta mi nariz?
¿Os parece un poco grande?

Eso es muy corto, joven; yo os abono
que podríais variar bastante el tono.
Por ejemplo, agresivo: ?Si en mi cara
tuviese tal nariz, me la amputara?.

Amistoso: ?¿Al beber, se baña en vuestro vaso
o un embudo usáis al caso?

Descriptivo: ?¿Es un cabo? ¿Una escollera?
Mas, ¿qué digo? ¡Si es cordillera!?

Curioso: ?¿De qué os sirve ese accesorio?
¿De alacena, de caja, o de escritorio??

Burlón: ?¿Tanto a los pájaros amáis,
que en vuestro rostro una rama gorda les dejáis??

Brutal: ¿Podéis fumar sin que el vecino
grite ?¡Fuego en la chimenea!?

Fino: ?Para capas y sombreros
esa percha muy útil ha de seros?.

Solícito: ?Compradle una sombrilla,
el sol ardiente su color mancilla?.

Previsor: ?Tu nariz es un exceso;
buscad a la cabeza contrapeso?.

Dramático: ?Evitad riñas y enojos:
si os llegara a sangrar os daría un Mar Rojo?.

Enfático: ?¡Oh, nariz!... ¡Qué vendaval
te podría resfriar? Sólo el mistral?.

Respetuoso: ?Señor, bésoos la mano:
digna es vuestra nariz de un soberano?.

Ingenuo: ?¿De qué hazaña o qué portento
en memoria de qué se alzó este monumento?

Lisonjero: ?Nariz como la vuestra
es para un perfumista linda muestra?.

Lírico: ?¿Es una concha? ¿Sois tritón??
Rústico: ?¿Eso es una nariz o es un melón??

Militar: ?Si a un castillo se acomete,
aprontad la nariz, ¡terrible ariete!?.

Y finalmente práctico: ?¡ponedla en lotería;
el premio gordo esa nariz daría!?.

¡Osáis mirar mi nariz
esta vil desgariñada!...
¿Qué decís?... ¿Que la victoria
quien la ansía no la alcanza?...
¡Si no hay de triunfo esperanza
habrá esperanza de gloria!...

¿Qué queréis que haga?
¿Que deje de lado lo que amo y me desespere
por alcanzar la gloria, la fama y la fortuna?
¿Qué debo hacer?
¿Buscarme un protector, un amo tal vez,
y como hiedra oscura que sube la pared
medrando sibilina y con adulación,
cambiar de camisa según la ocasión?,
no gracias;

¿Dedicar este espectáculo a los banqueros?
¿O convertirme en bufón con la esperanza vil
de ver nacer una sonrisa en los labios de un ministro,
o besar los pies de un obispo
para obtener así su recomendación?
No, gracias.

Desayunar cada día un sapo,
tener el vientre panzón y un papo
que me llegue a las rodillas,
de tanto hacer reverencias pestilentes.
No, gracias.

Adular el talento de los camelos,
vivir aterrorizado por infames viveros
y repetir sin tregua: ?¡Señores, soy un loro,
quiero ver mi nombre escrito en letras de oro!?
No, gracias.

Sentir terror a los anatemas.
Preferir las calumnias a los poemas.
Traicionar medallas, urdir falacias.
No, gracias. No, gracias.
No, gracias.

Pero cantar, soñar, reír, ¡vivir!
estar solo, ser libre, tener el ojo avizor,
la voz que vibre. Ponerme por sombrero el universo.
Por un sí o por un no batirme o hacer un verso;
despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación hacia la Luna,
sólo al que vale reconocer los méritos.
No pagar jamás favores pretéritos,
renunciar para siempre a cadenas y protocolos...
Posiblemente no volar muy alto, pero solo, ¡solo!

¿Cuántos sois? ¿Sois más de mil?
¡Os conozco! ¡Sois la Ira!
¡El Prejuicio! ¡La mentira!
¡La envidia cobarde y vil!...
¿Que yo pacte? ¿Pactar yo?
¡Te conozco, Estupidez!
¡No cabe en mi tal doblez!
¡Morir, sí! ¡Venderme, no!

Conmigo vais a acabar.
¡No importa! ¡La muerte espero
y en tanto que llega, quiero
luchar... y siempre luchar!
¡Todo me lo quitaréis!
¡Todo! ¡El laurel y la rosa!
¡Pero quédame una cosa
que arrancarme no podréis!
El fango del deshonor
jamás llegó a salpicarla;
y hoy, en el cielo, al dejarla
a las plantas del Señor,
he de mostrar sin empacho
que, ajena a toda vileza,
fue dechado de pureza
siempre; y es... mi penacho.


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