La Máscara de la Muerte Roja (adaptación)
Obra: Cuentos de Edgar Allan Poe para niños y niñas | Autor: Valentina Camerini | Tipo de texto: Narrativo | Etapa: Primaria | Lecturas: 352
Compartido por: @sabad el 2024-02-26
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Una peste terrible estaba devastando cierto país lejano. La Muerte Roja se había extendido rápidamente entre la población, y como no existía ni medicina ni cura alguna, quienes caían enfermos no tenían ninguna esperanza.

Sin embargo el príncipe Próspero no estaba preocupado. Al ver que su pueblo moriría, convocó a las damas de la corte y a los caballeros que gozaban de buena salud y junto a ellos se refugió en un enorme palacio, un edificio maravilloso diseñado por él mismo, con altos y gruesos muros de piedra.

A golpe de fuego y martillo hizo sellar el cerrojo del portón para que nadie pudiera entrar ni salir.

Fuera reinaba la Muerte Roja. Dentro, abundaba la comida, y los cocineros, camareros, bufones, músicos y bailarines. El príncipe y sus amigos podían divertirse sin tener que preocuparse de nada.

Pasaron los meses y Próspero quiso organizar un gran baile de máscaras para sus amigos, a pesar de que la peste seguía sumando víctimas y sembrando dolor y muerte en el reino.

Se decoraron siete estancias: la primera era toda de color azul, la segunda se tiñó de rojo y la tercera de verde; después vino una sala naranja, otra blanca y, finalmente, un salón completamente violeta. La séptima pieza lucía telas de terciopelo negro que caían desde el techo hasta el suelo, también cubierto por una alfombra igualmente negra. Las llamas de las velas brillaban a través de los vidrios escarlata de las ventanas y proyectaban así una luz de color sangre. En mitad de aquella negrura un gran reloj de madera oscura tocaba las horas. Sus campanadas eran tan lúgubres que al oírlas lo músicos dejaban de tocar, los bailarines se paralizaban y, en definitiva, todos se sentían envueltos por una sensación angustiosa. Pero tras el último toque, la alegre compañia volvía a charlar y danzar, pensando que solo había sido fruto de su imaginación.

La animada fiesta duró más de un día entero, hasta sobrepasar la puesta de sol. Y a medianoche, las doce campanadas del reloj de la sala retumbaron por todo el castillo. Los invitados enmascarados se detuvieron y miraron alrededor, horrorizados por aquel sonido sombrío. Solo entonces alguien advirtió la presencia de una máscara desconocida.

Un murmullo de miedo y estupor se propagó entre los amigos del príncipe, porque el recién llegado había elegido un disfraz realmente terrible. Tenía el rostro de un blanco cadavérico y manchas rojas de sangre en la frente y por todo el cuerpo. Era el aspecto típico de un hombre golpeado por la Muerte Roja.

A pasos lentos y largos, avanzó entre la gente que estaba bailando, hasta que también el propio príncipe lo vio.

— ¿Quién es el osado que se atreve a burlarse de nosotros con semejante atuendo? ¡Prendedlo y quitadle la máscara! -ordenó Próspero.

Su voz retumbó en las siete salas y ninguno de los presentes se atrevió a moverse: todos estaban muertos de miedo. Pero el misterioso invitado ignoró al príncipe y se trasladó de la sala azul a la roja. También atravesó la naranja, la blanca y la violeta, sin que nadie tuviera el valor de acercarse a él. cuando pasaba cerca, todos se apretaban contra la pared, inmovilizados por el terror.

El príncipe, entonces, enfurecido, se levantó de un salto y, con una daga en la mano, persiguió al desconocido hasta la última sala.

Nada más entrar en ella, por todo el castillo se oyeron los gritos de Próspero, que cayó al suelo sin vida. Empujados por la desesperación, damas y caballeros acudieron en su ayuda: unos se abalanzaron sobre el soberano, otros tomaron al desconocido y le arrancaron la máscara. Sin embargo, debajo del disfraz no había nadie.

La Muerte Roja se había colado en el castillo, silenciosa como la noche.



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